El turismo, entre la pasión y el hastío
La palabra gueto proviene de una vieja realidad: zonas donde determinados grupos humanos vivían recluidos, por elección o por obligación. Hoy, la comparación sirve para reflexionar sobre un nuevo tipo de encierro: el de las ciudades que, atrapadas por el turismo masivo, comienzan a expulsar a quienes las habitan. El turismo, que fue sinónimo de prosperidad y movilidad, empieza a incomodar incluso a los que un día vivieron de él.
Pero ¿cuál es la solución? ¿Prohibir el turismo y devolver el privilegio de viajar solo a los ricos? ¿O aceptar que la curiosidad y el deseo de moverse son tan naturales en el ser humano como el de quedarse? Estas preguntas se hacen particularmente visibles en Benidorm, la ciudad española que ha hecho del turismo no solo su identidad, sino también su sustento desde hace más de medio siglo.
Benidorm, laboratorio del turismo moderno
A mediados del siglo XX, el franquismo buscaba levantar una España agotada por la pobreza. Las clases trabajadoras ansiaban un respiro y, en la costa valenciana, Benidorm se convirtió en el símbolo de ese sueño: un lugar accesible, soleado y alegre, donde por primera vez los españoles podían vacacionar como los europeos del norte.
A partir de los años 60, el turismo internacional transformó la ciudad. Británicos, alemanes y belgas encontraron en ella un destino económico con clima privilegiado y espíritu de fiesta. Benidorm fue pionera en turismo de masas y, para bien o para mal, sigue siéndolo. A diferencia de otros enclaves mediterráneos, supo adaptarse, resistiendo el paso del tiempo y las modas vacacionales globales.
Hoy, entre edificios altos y playas saturadas, conviven los nostálgicos del turismo clásico —ese de sombrilla y media pensión— con los nuevos visitantes del “turismo exprés”, que buscan experiencias inmediatas y fotografías perfectas para las redes. Benidorm, con sus luces y sombras, refleja las contradicciones del turismo contemporáneo.
La autocrítica de un viajero
Carlos, creador del canal Autocaravana Práctica, lo explica desde la experiencia:
“Viví en una ciudad que pasó de ser turística a ser hiperturística. Al principio el turismo nos parecía una anécdota amable, pero poco a poco los locales fuimos desapareciendo. Lo que era nuestro se volvió escenario.”
En su reflexión, el turismo masivo no tiene un solo culpable. Somos todos: los que viajamos, los que vivimos de él y los que lo critican. “Es fácil protestar contra el turismo cuando uno tiene un salario fijo —dice—, pero más difícil cuando se depende de los visitantes para sobrevivir.”
La paradoja es evidente: la industria turística genera empleo y riqueza, pero también presión urbana, encarecimiento de la vivienda y pérdida de identidad. Sin embargo, como recuerda el propio Carlos, es una industria que no puede trasladarse a China: existe donde están las playas, las montañas o los cascos antiguos. Y eso la hace tan inamovible como inevitable.
Benidorm hoy: sol, ruido y rutina
En pleno siglo XXI, Benidorm sigue atrayendo multitudes. Los turistas británicos dominan la temporada baja y media, llenando pubs, bares y restaurantes donde la cerveza fluye desde las seis de la tarde. Es una ciudad que se reinventa cada día para seguir viva, aunque algunos la miren con cierta nostalgia: aquella época en la que viajar era un acontecimiento extraordinario, no un consumo más.
Área para autocaravanas: práctica y completa
A unos 6 o 7 kilómetros del centro, en el vecino municipio de Finestrat, encontramos un área para autocaravanas que combina buena ubicación y servicios completos. Por 15,50 € por noche (precio de mayo de 2024), ofrece electricidad incluida, baños, duchas y una parcela amplia con espacio para toldo.
El lugar cuenta con unas 25 plazas, sin sombra pero con buena seguridad —está cercado y cerrado por las noches—. En los alrededores hay centros comerciales, restaurantes y supermercados, incluyendo un Leroy Merlin y un McDonald’s. La playa más cercana se encuentra a unos 3 kilómetros.
Como puntos a tener en cuenta: el área está próxima a un lavadero de coches que opera 24 horas, lo que puede generar algo de ruido en fines de semana, y hay radares de velocidad en las rutas cercanas (límite: 20 km/h dentro de la ciudad).
Valoración final del equipo:
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Ubicación: ★★★☆☆ — cercana a Benidorm, pero no lo suficiente para moverse sin transporte.
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Servicios: ★★★★☆ — completos y en buen estado, aunque sin sombra.
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Relación calidad-precio: ★★★★☆ — excelente considerando que incluye electricidad y sanitarios.
Reflexión final
Benidorm, con su exceso y su vitalidad, nos recuerda que el turismo no es una enfermedad sino una consecuencia de la libertad. Viajar, mirar, descansar o simplemente estar en otro lugar sigue siendo una necesidad humana. La clave, quizás, esté en aprender a convivir con ello sin destruir lo que nos atrae.
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